Cada individuo que accede al mundo digital
acumula múltiples identidades digitales, cada una de las cuales corresponde a la forma en que elige interactuar con los distintos servicios. El número de identidades cuya suma converge en una única identidad física aumenta constantemente, a pesar de los
esfuerzos invertidos en el desarrollo y adopción de esquemas de fiederación que permiten delegar los
procesos de autenticación y autorización en terceros de confianza. Algunas de las
explicaciones detrás de este comportamiento son:
1) La falta de confianza en los propietarios de los servicios digitales utilizados por los usuarios.
2) La generación de identidades digitales ofrece la posibilidad de ganar anonimato.
3) Definición de contenedores que nos permiten parcelar diferentes regiones de nuestra vida digital (trabajo, amigos, familia, etc.).
4) Evaluación de la tecnología.
En la práctica, si no se es muy escrupuloso en la forma de utilizar estas identidades, aparecerán relaciones entre todas ellas. De hecho, desgraciadamente, es una realidad que la mayoría de los
usuarios repiten contraseñas en más de un servicio.
Esto plantea un escenario en el que, si el usuario ha elegido una
contraseña deducible, podrá comprobar la seguridad de todas las identidades que se basen en un esquema usuario-contraseña. Incluso si la contraseña que ha elegido el usuario es una contraseña segura. Si esta contraseña se utiliza en un sistema de seguridad bilateral, puede ser capturada por un atacante. De nuevo, si el usuario ha utilizado la misma contraseña en más de un servicio, estas medidas de seguridad no habrán servido de nada.
